miércoles, 15 de noviembre de 2006

MEDIOS Y DEMOCRACIA: TIEMPO DE HIBRIDOS: APUNTES PARA UNA REFORMA DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

La relación de los medios con el gobierno sigue sin ser del todo transparente. Anécdotas sobran: desde la prohibición del exsecretario de gobernación Chuayffet a que el canal 2 transmitiera la segunda parte de un programa sobre los grupos paramilitares en Chiapas, justo antes de la matanza de Acteal, hasta las filtraciones recurrentes que se hacen desde los tribunales para favorecer tal o cual versión en litigio. Uno de los síntomas más claros de la ambigua relación medios-gobierno es la gran cantidad de propaganda gubernamental que no siempre se otorga atendiendo los tirajes de las publicaciones, sino más bien su línea editorial. Un problema de nuestros medios es que aún no asumen su papel frente al Estado, como un factor más de la comunicación política, pues en ellos perviven tendencias que ven en el comportamiento independiente intenciones desestabilizadoras.
¿Esto quiere decir, entonces, que nada ha cambiado? No, claro que las cosas ya no están tan mal, pero su transformación tampoco ha seguido una línea progresiva y coherente. Una transición tiene algo de teleológico, es decir, es el camino irregular que conduce a un punto más o menos preciso; en el caso de nuestro sistema político, a uno democrático. Pero los medios mexicanos no parecen estar sufriendo una transición sino, más bien, una hibridación.
Hibridación de tiempos, de prácticas, de discursos. Hibridación porque en el nuevo estado de cosas conviven, en similar estado de salud, costumbres del Estado autoritario con dinámicas de una sociedad abierta. ¿Cómo explicarse que Ricardo Salinas Pliego, el hombre que “espera que pase mucho tiempo antes de que se presente [la democracia] en el país, pues hoy los mexicanos no están preparados para ella”i , sea el dueño de la emisora en la que Carlos Payán, exdirector del diario de izquierda La Jornada, produce telenovelas de corte político-policíaco, o Brozo habla sin acongojarse del consumo de mariguana?
Una parte de la explicación está en que los temas antaño prohibidos -la disidencia política, los estupefacientes, entre otros- son ahora temas vendibles y esa es la mayor preocupación de los magnates mediáticos. Pero debe señalarse que la apertura también responde a presiones de grupos emergentes en busca de su propio espacio, y que estos han terminado por compartir el mismo terreno con los de antes, que de ningún modo planean irse.
Pero la hibridación la componen no sólo las prácticas “viejas-autoritarias” y las “nuevas-democráticas”. Los medios de comunicación de finales de siglo han caído en vicios y errores que surgieron con las nuevas condiciones. La libertad de expresión no siempre ha sido correspondida con información bien documentada y responsablemente presentada, con lo que las demandas por difamación han sustituido, estérilmente, al derecho de réplica. Otro problema visible han sido las luchas de poder al interior de los medios y entre las distintas empresas, lo que ha derivado en que utilicen esos espacios para ajustes de cuentas personales; el conflicto Salinas Pliego-Ricardo Rocha en torno al dinero que Raúl Salinas de Gortari le prestó a aquel para comprar TV Azteca es un buen ejemplo.
Más el mayor reto de los nuevos dilemas es uno que atañe no sólo a los medios mexicanos, y que tiene que ver con el juego democrático: la espectacularización de la política, que a continuación definiremos.
Si coincidimos con Dominique Wolton en que “de modo progresivo lo fundamental de la política se organiza en torno de la comunicación política, a través del papel de los medios y los sondeos”ii , será evidente que nuestra transición está dependiendo en buena medida de la calidad de nuestros medios. Más aún, Oscar Landi afirma que en épocas de crisis económicas profundas que afectan los lazos sociales “los medios afirman en estas circunstancias el carácter de verdaderos mediadores sociales en un contexto de acelerado debilitamiento institucional”iii . La “desventaja” del papel preponderante que los medios juegan en un contexto tal es que la política comienza a adaptarse al lenguaje y los ritmos televisivos. Los políticos dejan de importar por sus ideas o su programa y “lo que cuenta es su físico, su encanto y su sonrisa, la simpatía que emanan, su brío, su dominio de la réplica, su sentido del humor, su firme actitud, en suma todo un conjunto de cualidades que, evidentemente, no tienen por qué ser esenciales para gobernar”iv . Hay que decir que esto no es responsabilidad exclusiva de la televisión: la teatralidad, la oferta de símbolos, es inherente a la política, y los medios masivos sólo potencian este fenómeno, además de que, en todo caso, han jugado un papel fundamental en la adecuación a nuestros tiempos de un modelo, la democracia, ideado hace dos siglos.
Una tentación peligrosa, vista la influencia de la televisión en la política, sería creer que en los medios está la solución a todos nuestros problemas, pues no dejaría de ser uno más de los espejismos que nos han llevado a darnos frentazos. “La disolución de la política en la utopía de la sociedad de la comunicación es un síntoma del debilitamiento de la ciudadanía y la desaparición de las grandes perspectivas”v . Más que resignarnos a ese debilitamiento y esa desaparición, quizá podríamos repensar los medios en función de nuestra transición democrática.
Ya Martín-Barbero ha indicado dos rasgos de una nueva perspectiva sobre las relaciones entre comunicación y democracia: El primero de ellos se refiere al carácter sustitutivo de la mediación comunicacional sobre lo político: “la desproporción del espacio social ocupado por los medios de comunicación en países con carencias estructurales como los de América Latina (en términos de la importancia política que adquiere lo que en los medios aparece) es proporcional a la (…) no representación en el discurso de la política y de la cultura de dimensiones claves de la vida y de los modos de sentir de las mayorías”vi . Por otra parte tenemos un segundo rasgo que recupera para la mediación comunicacional su carácter constitutivo, ya que los medios de comunicación operan como espacios del reconocimiento social, es decir “el medio no se limita a recoger representaciones políticas preexistentes y traducirlas a su lenguaje, el medio no se limita a sustituir sino que ha entrado a constituir una escena fundamental de construcción de la vida política”vii .
Pero la mediatización de su oferta no es nueva para los políticos y sus instituciones; ya desde las elecciones de 1994 el Instituto Federal Electoral vigila, en lo posible, los tiempos destinados a la cobertura para cada partido en distintos medios y muy especialmente en los programas informativos con más audiencia de la televisión. La crítica de la sociedad civil a la brutal toma de partido que hizo Televisa durante las tristemente célebres elecciones del 1988, fue un argumento central para la consideración de los tiempos mediáticos en la discusión de las nuevas reglas del juego electoral. Sin embargo, en estos tiempos híbridos, se da la coexistencia de este tipo de controles con un manejo oscuro de los medios de comunicación por parte de sus dueños. Ya se ha vuelto clásica la frase de que la televisión no es más que “un instrumento mediante el cual la gente se distrae” en boca de cualquiera de los tiburones de la comunicación mexicanos. Ya es tradición en México escuchar a los Azcárraga o a Salinas Pliego plantear el carácter apolítico (sic) de la televisión, y defender la “objetividad y profesionalismo” con los que se informa al pueblo mexicano en sus canales.
Decir que la televisión es exclusivamente diversión y entretenimiento es partir del modelo de usos y gratificaciones sobre la comunicación de masas. Este modelo plantea que los individuos seleccionan y usan diferencialmente los medios de comunicación para gratificar o satisfacer las necesidades que experimentan y, que la situación social en la que viven las personas les produce tensiones y conflictos, mismos que pretenden aliviar utilizando los medios de comunicaciónviii. Sin embargo hoy es sabido que la televisión es la maestra moderna: cómo no serlo cuando se exponen a ella sistemáticamente niños y adultos, hombres y mujeres, cuando durante años se reciben ideas, cogniciones, que van conformando una memoria histórica mediática en cada persona. Si bien el proceso de comunicación entre medios y audiencias es complejo y presenta múltiples mediaciones (cognoscitiva, cultural, de referencia, institucional, videotecnológica ix), si bien los individuos interpretan los contenidos mediáticos desde los códigos culturales de los grupos a los que pertenecen, no podemos afirmar que los medios de comunicación se limitan a satisfacer necesidades preexistentes de las personas o peor aún que por ello su papel en la construcción de una sociedad verdaderamente democrática es poco relevante.

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